sábado, 10 de marzo de 2012

Me duele el reloj, ya sé que se acaba.


Era una fría tarde de diciembre... 

Subimos al primer tren que se cruzó en nuestro camino. Daba igual el lugar, allí estábamos los dos, alejándonos de todo y de todos, preocupándonos únicamente por hacernos feliz el uno al otro. Nos olvidamos del mundo que giraba a nuestro alrededor para adentrarnos en una historia con nombre propio.
De todo aquello, hoy sólo quedan los restos: cenizas. Dejamos de ser dos en uno para convertirnos en norte y sur, en este y oeste. Pasamos de comernos el mundo a vivir de espaldas el uno contra el otro.

El primer mes nos invitó a bailar con la felicidad; el segundo jugó con los hilos que movían nuestros cuerpos de madera, poniéndonos a prueba. Éramos marionetas manejadas por dolor y sufrimiento, pero seguíamos sonriendo. Estábamos juntos, a pesar de todo; el tercer mes nos vistió de silencio, la peor de las sensaciones.
Cuando se acaban las palabras, cuando las lágrimas ciegan miradas, cuando uno deja de mirar por el otro.... en ese momento toca decir adiós. 
Pero no hubo despedidas. Empezamos a vivir cada uno por nuestro lado, fingiendo cariño, aprecio, caricias... fingiendo amor. Fingimos aún siendo conscientes de que ese amor se oxidó por completo en el momento en que aprendimos a caminar separados.



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